Durante la edad infantil, mientras estuve bajo la
protección de mi familia pude ser yo misma. La fantasía que crecía en mi
interior se elevaba a la máxima potencia creando a mi alrededor mundos
exuberantes, apasionados y a la vez apacibles en los que poder vivir y soñar.
Allí también habitaban mis hermanos, ellos fueron mi mayor fuente de
inspiración, los capitanes de mi barco
pirata, mi refugio.
Pero aquella
maravillosa época duró poco pues a los cinco años fui llamada a filas por la
sociedad y reclutada a través del sistema educativo. Durante los once
siguientes años que duró mi escolarización ese sistema, aprovechando la
vulnerabilidad de la infancia intentó doblegar mi voluntad anulando cada uno de
mis intentos, puso especial ahínco en disipar mi esencia ninguneando mis
logros, y se mofó públicamente de mis desatinos arrebatándome la dignidad de ser yo misma.
Fueron los peores años de mi vida, cada día una
tortura. Pájaro feo indigno de
pertenecer a su especie, enjaulado y castigado por no parecerse a los demás. De
sobra mostré que podía volar pero en pro de la homogeneidad me cosieron las
alas y me obligaron a caminar al ritmo del rebaño.
Niña alegre y extrovertida que tornó melancólica.
Con mirada perdida tras la ventana imaginaba mundos increíblemente bellos en los
que vivir apartada del resto. "Aquí
no hay nada para mí" pensé. No hay espejos que atrapen mi reflejo. Algún
día los míos vendrán a recogerme y me llevarán al lugar donde pertenezco.
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