Aquel mi profesor de lengua, no fue el único que no supo comprender y
atender una mente creativa como la mía. En la escuela, cada cual a su manera,
percibió una realidad distorsionada de mí.
Yo me sentía capaz, inteligente y nunca entendí el porqué de aquel hastío
hacia mi persona, porqué nadie conseguía apreciar mis talentos, mis posibilidades, porqué nadie veía lo especial que yo era y todas aquellas cosas hermosas que poseía y deseaba compartir.
Lo
que sí que, intuitivamente comprendí, es que debía ocultarme. Y escondida, tras las sombras de los demás,
desaparecí en un profundo silencio.
Apartada
del resto crecí, con miedo, sintiéndome culpable, no valida, sufriendo porque
los demás parecían ser mucho mejores que
yo. Vivía, con la sensación
perturbadora, de que todos a mi alrededor estaban enfadados conmigo, pues lo que yo hacía o decía, por mucho que me
esforzara, estaba mal o nunca era lo
suficiente.
Ahora
comprendo, aquella congoja y dolor tan intenso que sentía en mi estomago y en mi pecho cada mañana, cuando
mis padres, llenos de amor dejaban a su tesoro, en el mejor lugar en el que
ellos creían que me podían dejar “La escuela”.
Cada día, la misma historia se repetía una y otra vez pues allí, mis virtudes, se convirtieron en el antónimo
de las fortalezas de los demás y mis dones, en motivo de desaprobación.
"No
eres digna de ser amada, eres una niña mala, merecedora de suspensos,
escarmientos públicos y continuas críticas. Ese fue el mensaje que recibí,
tanto por parte del sistema educativo como por la sociedad que lo
sustentaba"
“Me
situaba frente al espejo, me miraba a los ojos, acariciaba el reflejo de mi rostro lleno de lágrimas y repetía una y
otra vez. –
Sé que estás ahí, aunque los demás no te pueden ver, yo sé que estás ahí. -"
Tras
aquellas dolorosas y perturbadoras experiencias, mi esencia quedó confundida y
mi autoestima herida de gravedad. Con
ello, mermó la calidad de mi desarrollo personal, académico y profesional, así
como minadas mis emociones y viciadas mis futuras interrelaciones con los
demás.
Hace pocas semanas, mantuve una conversación sobre
mi infancia con mi hermana, ella es 10
años mayor que yo. Le reconocía lo rebelde, respondona, caprichosa y trasto que
yo fui. Ella, mi hermana, al escuchar
esto que le decía me contrarió y me dijo, con la dulzura y paz que hay siempre
en sus palabras – Eso que dices sobre ti no es verdad, estás totalmente
equivocada, tú siempre fuiste una niña muy buena-
Tanto me repitieron que era mala y que estaba
rota que me lo creí. Mi consciente lo escuchó una y otra vez, mi
subconsciente lo interiorizó como verdadero
y en el inconsciente quedó grabado para siempre. Ahora tengo 45
años, cada día trabajo internamente para
sentirme digna de amor y aprobación, pero sobre todo, para encontrar de nuevo a aquella
chiquilla, abrazarla y contarle que sin duda, era maravillosa y perfecta.
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