Una
Serendipia es un descubrimiento afortunado, un hallazgo valioso que llega de forma inesperada y que de repente, te regala algo extraordinario antes no
conocido. Un preciado encuentro, que se produce gracias al destino o por
casualidad, mientras buscabas otra cosa o quizá, nada.
Mi
Serendipia llegó a los 40. Por aquellos entonces creí, que la vida me había
obsequiado con todos los elementos necesarios para ser feliz entre ellos, mi
hija. Al llegar mi pequeña, todos los
astros del universo pareciera que se hubieran alineado ocurriendo un sinfín de
acontecimientos extraordinarios y afortunados. Incluso mi solicitud para entrar
a estudiar inglés en la Escuela Oficial de Idiomas, por fin, había sido
admitida.
No
tengo dudas, lo que me ayudó a seguir adelante fueron los superpoderes que
la maternidad otorga a las mujeres pues reconozco, que era un momento
complicado. Aprendiendo a ser madre e intentando reconstruir, el puzzle de amor y
de vida que mi marido y yo habíamos levantado durante tanto tiempo y en el que ahora, también debía encajar nuestra hija. Pero es que llevaba toda la vida aguardando
mi oportunidad de estudiar inglés.
"Cuanto
amor por todas partes y aquella puerta, que permaneció cerrada durante tanto
tiempo, ahora se abrió y me llamaba, por lo que no pude hacer otra cosa que
intentarlo"
Hacía
25 años, que el sistema educativo me había invitado a salir por la puerta de atrás, argumentando, que mejor me buscara un trabajo pues no se me daban bien los
estudios. Bueno, ahora entiendo que el problema nunca estuvo en mi capacidad de
aprender, sino, en su capacidad de enseñar.
Estar
de nuevo en la escuela, sin duda, iba a suponer otro trago amargo, pero a la
vez, creo que recuerdo cada una de las maravillosas sensaciones que tuve sintiéndome válida, capaz y realizando lo que siempre desee hacer, aprender. Fue
como si la vida me hubiera regalado la posibilidad de redimirme, de afrontar
con la fortaleza de la madurez, la tórrida realidad que me tocó vivir de niña.
Durante
los dos primeros años, aunque conseguí estar a la altura y aprobar, comenzaron
a fallarme las fuerzas pues extenuada, por el titánico esfuerzo, comencé a
darme cuenta, que se repetían las mismas historias que en la edad infantil.
El
tercer curso, lo terminé gracias a los abrazos de mi marido, que llenos de
fuerzas renovadas, podría decirse, me obligaron a continuar. La complejidad
y exigencias de este nivel, ya más avanzado, no me dejaban apenas ni respirar.
En cuanto a las materias orales, nunca hubo ningún problema. Al contrario que
toda la clase, hablar en inglés me resultaba sorprendentemente sencillo, pero la parte escrita no me daba tregua y me
martirizaba, fracaso tras fracaso.
Un
día, la profesora me entregó una composición que yo había escrito, casi todas
las frases estaban tachadas con bolígrafo rojo. Ella se me acercó, me
entregó el ejercicio, guardó unos segundos de silencio y dijo.
– Ana, no entiendo nada, cuando te
pregunto en clase o practicamos la
conversación, eres capaz de construir espontáneamente frases complejas, por encima de tu nivel, con
una pronunciación muy buena que me hace entender que de sobra conoces las estructuras,
las palabras. Y sin embargo, no eres capaz de hacer lo mismo por escrito que
supuestamente es más fácil -
Aquellas
palabras, aunque auguraban la sobreatención de una profesora, que implacable no
me dejaría pasar una, despertaron y sacudieron con fuerza mis ganas de conocer acerca de mi adversa relación con
la letra escrita. Desde aquel día, comencé una búsqueda sin fin que
ilustrara mis preguntas, que diera sentido al sinsentido de mi paso por la escuela y
arrojara luz, al por qué de mi existencia
en un lugar aparentemente equivocado.
Al
principio de la búsqueda, encontré mi reflejo en la palabra “Dislexia” que sin
duda, afortunado encuentro, aportó explicación a alguna de mis experiencias
vitales. Aunque mis ganas de saber y
conocer acerca de lo que me hacía diferente a lo demás, me alentaron a viajar mucho más allá de ella. Creo que no
fue mera curiosidad lo que me impulsó,
para traspasar los nuevos límites que en el nombre de la dislexia, la
sociedad intentaba imponerme otra vez.
Realmente
creo, que fue la inteligencia natural que todos albergamos en un lugar muy
importante, en nuestro ser. Una sabiduría personal e indestructible, que valiente conoce de la verdad que cada cual
llevamos dentro y que nos impulsa a continuar buscando.
Hoy,
en este momento sé, que mi Serendipia estaba lejos, mucho más lejos de quedarme
atrapada entre los razonamientos de los que construyen la realidad de la
conocida dislexia. Mi
verdadera Serendipia la encontré, al hallarme a
mí y la fortaleza para no
desvanecerme entre los límites de la razón humana.
“Una
vez allí, en Serendipia, descubrí tanta
paz, grandeza y verdad, que no puede acogerla toda entre mis brazos, por lo que
decidí, compartirla contigo”
Aunque
quizá, lo que te ha traído a ti hasta aquí, no haya sido mi necesidad de
compartir, sino tu poder interno, tu búsqueda personal. Probablemente, tu
anhelo de encontrar tu propia verdad en la que
seas tú quien guíe tus pasos, ha descubierto Serendipia y no va a parar
de recordarte, una y otra vez, que eres especial, un ser único y que estás aquí para disfrutar la vida
en total libertad.