domingo, 2 de diciembre de 2018

Serendipia. La Cura para la dislexia. Capítulo II


 “La letra escrita.  Mi  peor  enemiga, mi mejor aliada”


  Desde la concepción, pasando por la infancia y durante la niñez, nuestras células se multiplican desenfrenadas, como si tuvieran prisa para dar forma y sentido a este cuerpo extraordinario.  En nuestros cerebros,  las neuronas abren nuevos caminos y se propagan en busca de la conciencia y con ella, encontrar  la razón  humana.  Unos cuerpecitos maravillosos, que crecen enredados entre mundos infantiles de fantasía y  realidad.   



Un día, yo también desperté con ese bello propósito, el de crecer. Niña alegre, curiosa, que bailaba sin música y cantaba sin conocer canción alguna. Apasionada, sensible, con sentimientos profundos y amables hacia el resto de seres que,  junto a ella, habitaban la tierra  y  le acompañaban en la aventura de la vida.  Era solo un cachorrito humano, la expresión máxima del amor y de la vida,  exactamente igual que eras tú y que todos los niños.

Mi peor enemiga
Ahora lo sé,  la inteligencia que albergaba mi cuerpo necesitaba abrir sus alas y desarrollarse a través de los colores, la música, el arte, la creatividad y de aquellas estructuras complejas que se alzaban en movimiento dentro de mi mente y mi corazón.  Sin embargo, a los cinco años, un día,  me dejaron amarrada en el embarcadero de la institución escolar. Un embarcadero rancio, pretérito,  en el que iba a permanecer anclada  durante toda mi infancia y adolescencia.


Allí, los demás parecían sentirse seguros, aprendiendo lecciones importantes para sus  vidas, por ejemplo, leer y escribir. Aquella tarea endiablada, que aunque resultaba compleja,  parecía apropiada para las mentes de mis compañeros, se transfiguró en mi peor enemiga, mi némesis. Quien por no obedecer y respetar sus normas,  se ocuparía de juzgarme y aplicarme un implacable castigo, cada día de mi vida. 

En mis recuerdos, resuena una y otra vez un solo deseo,   escapar. Anhelaba a toda costa escapar de aquel lugar,  tomar mi pequeña embarcación, izar velas, soltar  amarras y surcar los mares en busca de mundos en los que ser yo misma, fuera algo dulce y no amargo.



 “Contener tanto coraje, tanto  apetito salvaje de aventuras, no debió ser fácil para aquellos mis profesores que medían sus normas y su poder, contra la explosión desafiante de la vida, que a galope corría por mis venas”

Cual pájaro condenado a vivir dentro de una jaula me encontraba yo, atrapada entre cuatro paredes.  Me dejaron sentada, a ser posible inmóvil e impasible tras un pupitre infravalorado y sobre una silla, que si los adultos hubieran creído en mí, la hubiera convertido  el mismísimo Pegaso.



Recuerdo en clase como, mientras pasaban tediosas las horas,  cortaba trozos de papel, que junto con algunos lápices y materiales que estaban por mi mesa o la de mi compañero, me servían para crear estructuras a pequeña escala.   Como era de esperar, la desaprobación del profesorado llegaba rauda, con tal rotundidad y bochornoso escarmiento  público, que tuve, por el bien del ritmo de la clase y mi salud emocional, dejar de hacerlo. 

Como no podía dar rienda suelta a la tridimensionalidad que bailaba en mi mente y en mis manos, comencé a colorear los libros y libretas, hacer dibujos de todo tipo y con ellos dar vida a aquellas palabras, que encadenadas unas a las otras permanecían en un letargo eterno. 
     
       Cuando encontraba escrita la palabra “Luna” pensaba:                                                                        ✶                                                     🌠 
  🌠 “Que triste se sentirá la luna en el firmamento sin sus hermanas las estrellas”.  Y  pintaba decenas de estrellas 🌠 a su alrededor. Y aquella 🌙, pletórica en su felicidad por  sentirse amada, iluminaría por siempre la página    nº 57 del  libro de lengua”      🌟             
             ★                  
Ni estructuras, ni colores, ni dibujos, ni tan siquiera me permitían tararear, 🎵 la música 🎶  que vibraba por mi sangre y encontraba en mis cuerdas bocales, en mi boca y en mis fosas nasales, los instrumentos perfectos para resonar.   🎶       🎵
Con 11 años, la boca sellada, las alas cosidas a la espalda, los pies apuntalados al suelo y mis manos pegadas a un único bolígrafo azul, escribí la primera poesía que decidí guardar para siempre, se titulaba: "La Muerte"
                                          🍁 
Miedo a ti y a tu sentir
a la soledad y al no vivir
porque solo eres realidad
que reinas y reinaras

🍁Tú dolorosa y amarga
no quieras imponerme
tu fatal amistad
no quieras ser gallarda
cuando anuncies tu llegada mortal  

🍁
Mira el amor y la belleza
la ternura y su inmensidad
y dime si es justo
🍁 que mueran en tu ansiedad.

Aquellos versos lo contaban todo sobre mi agonía. Si bien, mi poema a la muerte, fue el resultado de un alma infantil rota que moría en vida, las letras, que desde mi cielo caían, llegaron como gotas de lluvia en el desierto.

Mi mejor aliada


Torrente de agua nueva, de palabras vivas, a veces tristes, desgarradoras, otras alegres, vibrantes, que refrescaron mis heridas y  me tendieron la mano. Una mano que me elevaría por encima de la realidad y me concedería la libertad para siempre” 


“Ya nada sería igual,  como si se tratara de un milagro, mi gran debilidad, la mayor de mis enemigas, la letra escrita, en silencio  tornó,  en mi mejor aliada”

Ella me abrazó, transfigurando aquella realidad contraria y convirtiéndose en la pasión de mi vida.  Ella,  quien desató el amarre de mi barco y quien descosió mis  alas, que permanecían zurcidas a la espalda.  De su mano, pude surcar los cielos, los océanos y ya por siempre me acompañaría en cada una de mis enajenaciones mentales.  Podía sentir su calor en mi pecho, porque ella, me amaba tal y como yo era.


“Como florecilla que se aferra a la vida y encuentra tierra fértil en una pequeña grieta del negro y árido asfalto, mi esencia, que luchaba por no morir, se agarró impetuosa a aquel néctar, que le devolvía la suerte de caminar sincera sobre sus propios pasos” 

Iluminada, agradecida y despiertos de nuevo mis sentidos,  descubrí que si permanecía con la cabeza dirigida a la pizarra y  hacía como tomar apuntes,  los profesores, no solo me dejaban en paz, sino que incluso me ganaba su simpatía. ¡Eureka! Encontré el fluido perfecto, que me permitiría derramar mi alma de colores sobre un lienzo en blanco y escapar, de alguna manera, de los barrotes de aquella jaula infantil.



Y los siguientes años, estuve con los ojos fijos en la pizarra,  pero con la mirada perdida entre las aventuras, que fascinantes brotaban en mi mente. Andanzas, que interrumpían con fuerza el suave latir de mi corazón, provocaban sonrisas furtivas en la comisura de mis labios y dilataban mis pupilas, que ahora llenas de pasión brillaban como el Sol.



Cada día, en clase, con la benevolencia ignorante del profesorado, me escapaba en mi nuevo amanecer y escribía sin parar tantas cosas como afloraban en mi cabeza. Una palabra, luego otra y otra, que unidas y en silencio levantaban ciudades perdidas, inundaban el aire con melodías y fragancias  de otros mundos y emulsionaba la realidad de los demás, con mis realidades paralelas. 

Tan joven, pequeña e infravalorada, pero con un lápiz en la mano me convertía en un gigante ante el peligro. Yo, una princesa guerrera, defensora de las causas perdidas y por mí encontradas, un dragón alado, que traspasaba las fronteras del pensamiento humano, para adentrarse en las infinitas posibilidades de la imaginación.


“Jajaja” 

Y mis profesores creyendo que tanta represión y castigos habían conseguido enderezarme, convirtiéndome, en una alumna abnegada que atendía y tomaba apuntes todo el tiempo.

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