domingo, 8 de noviembre de 2015

El precio de ser diferente


  


  Nuestras vidas, son el resultado de la suma de las circunstancias que nos rodean. Queda muy poco margen para tomar decisiones que no hayan sido previamente condicionadas, por las características del lugar o  época en la que hayamos nacido y  salpicadas, por el torrente de las vidas de los que, de un modo ocasional o quizás más duradero, caminan a nuestro lado.

  Pero además de aquello que irremediablemente nos envuelve y nos lleva,  el ser humano, apartándose de su vínculo con la naturaleza, ha inventado un nuevo ecosistema llamado sociedad. Las sociedades se alimentan de normas que encauzan los comportamientos de los hombres, consiguiendo así, una convivencia racional y coherente entre ellos.

 Desde que nacemos todo lo que nos rodea nos avoca a adecuarnos a esos códigos sociales, unos códigos creados por los humanos para controlar los actos de los humanos, pero ¿qué pasa con aquellos individuos que aun siendo irremediablemente arrastrados por la masa son, esencialmente diferentes al resto? ¿Qué pasa cuando alguien se sale de la norma? Todos conocemos esa respuesta, cuando alguien no se adecua a los requisitos establecidos por la mayoría, es catalogado,  apartado y castigado. Esto puede estar muy bien, para castigar e intentar corregir, las conductas de los que dañan a otros.   Pero no para aquellas personas, que solo han cometido el delito de entender y sentir el mundo de un modo diferente.  

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